Como el último de los outcast de la historia norteamericana,
Bob Dylan es el inagotable poeta forzado a convivir con su leyenda. Por eso
cada nuevo álbum, cada uno de sus movimientos creativos, sigue generando
lecturas y especulaciones a mansalva. Aunque haya cruzado más puentes y
conquistado más horizontes que ningún otro artista de su generación, su
numerosa parroquia de fieles sigue examinando con fervorosa atención aquello
que todavía pueda entregar al mundo, confiados en que a Robert Zimmerman le quedan
rostros por desenmascarar. Los interrogantes se suceden: ¿Qué nos habrá querido
decir ahora? ¿En qué se convertirá este nuevo álbum con el tiempo? ¿Qué alcance
tendrá en su legendaria carrera? ¿Cuáles son sus contradicciones? ¿Qué visión
del mundo nos propone? ¿Qué emociones y aprendizajes, qué resonancias y
conclusiones podemos extraer de los diez nuevos temas de Tempest?
Las primeras especulaciones versaron sobre la cualidad
testamentaria del álbum. ¿Será su última creación? Pero este tema ya se ha convertido
en tópico, álbum tras álbum -y ya van cinco-, desde que publicó su obra maestra
Time out Mind (1997), después de cuya grabación ingresó en el hospital con alto
riesgo de muerte. Sobrevivió. Desde entonces, la verdad, ningún otro disco ha
sonado tanto como una despedida final, como un pacto con la muerte anunciada
("I'm walking through streets that are dead [Voy caminando por calles
muertas]", comenzaba el álbum). Pero dado que William Shakespeare tituló
su última obra The Tempest, las alarmas que se dispararon parecían llevar algo
más de lógica en sus entrañas. Para sorpresa de todos, el propio Dylan hizo
algo que nunca suele hacer: cerrar un misterio. Salió al paso de las
especulaciones y dijo que Shakespeare tituló su obra con el artículo por delante
("the"), cosa que él deliberadamente no hizo precisamente para evitar
falsas asociaciones.
Si no incluimos recopilaciones, bootlegs, directos y
colaboraciones con otros artistas (de donde sin embargo procede gran parte de
sus trabajos más estimados), Tempest es el número 35 de los álbumes de estudio
de Bob Dylan, que este año ha cumplido medio siglo de carrera profesional,
desde que debutara en 1962 con Bob Dylan. A sus 71 años de edad, no le queda
nada que demostrar -"I ain't looking for nothing in anyone's eyes [Ya no
busco nada en los ojos de nadie]", cantaba hace quince años-, tampoco hay
nada que pueda fracturar el mito o quebrar su leyenda -circunstancia que sin
duda le garantiza la más plena y consciente de las libertadas creativas-, pero
sí parece tener aún mucho que expresar, mucho rock y mucho folk y mucho blues
que rasgarle a su voz: cavernosa, autoritaria, profunda, cansada, furiosa,
dulce, sabia. Suma y compendio del cementerio de yoes que arrastra: el
trovador, el profeta, el rock star, el misfit, el artista que ha escapado
(¿intacto?) de todas las fuerzas culturales y energías políticas que han
querido distorsionarle o poseerle.
El primer consejo que nos lanza este hombre libre desde
Tempest es la necesidad de escuchar: "Listen to that Duquesne whistle
blowing! / Blowing like it's gonna sweep my world away [Escucha el sonido del
silbato del tren de Duquesne (Pittsburgh, USA) / Soplando como si fuera a
barrer mi mundo]". El silbido que se anuncia como un eco del pasado, pero
que se transforma en el estrépito del mundo que hoy habitamos, y que bien
pudiera llevárselo por delante. Duquesne Whistle es un buen single para prender
la antorcha de un magnífico álbum. Es un tema sólido y juguetón, con el impulso
del rock que sabe de dónde procede y al que no le importa poner sus orígenes al
descubierto, mostrar su corazón. Su comicidad y su tragedia, su ternura y su
violencia quedan representadas en el video-clip que ha filmado para la ocasión,
dirigido por el australiano Nash Edgerton, donde Dylan se pasea con un grupo de
"malotes" por las calles de una ciudad donde el amor es pisoteado y
no hay lugar para la piedad. ¿Será ésta la tempestad de Bob Dylan? ¿El sonido
del tren que puede borrarle del mapa?
Un hombre fue clave en esta última pesquisa: el productor
Daniel Lanois, alquimista del resurgimiento de Dylan a principios de los
noventa. Si bien la relación entre Dylan y Lanois fue muy complicada, un
infierno que ambos tuvieron que atravesar entre fuertes desaveniencias, el
sonido de Oh, Mercy (1989) ha tomado la forma de una piedra fundacional, que
aún sostiene su música, la que él mismo produce bajo el seudónimo Jack Frost.
Podemos escuchar esos sonidos en varios momentos del álbum, donde en apariencia
los temas pares son más poderosos que los impares, ordenados para mi gusto en
extraordinaria armonía. Pero no parece haber un estremecimiento, un aire común
a todos ellos -como había en Time Out of Mind, sin duda, o en Blood on the
Tracks (1975), o en Desire (1976) y New Morning (1970)-, no hay algo que los
ate más allá de la irrepetible voz de Dylan.
La tempestad de Dylan es quizá ahora la de la tormenta de
sonidos y el torrente de historias que se apropia de sus temas, que recicla y
sobreescribe y destila hasta su esencia, y que no tienen nada que envidiar a
los de Love & Theft (2001) o Modern Times (2006). Pero al lado de estos
álbumes, Tempest sí parece una aglomeración de títulos menos enfocada, vagando
todos ellos como puntos sin fuga alguna. Tempest es tan políglota musicalmente
hablando y tan dispersa en términos narrativos como lo era Together Through
Life (2009), si bien también es un disco que respira menos nostalgia, que
parece mirar hacia un futuro más brillante, que desde luego es menos romántico
y, sobre todo, que tiene mejores canciones.
Soon After Midnight es una de ellas. Pieza corta y delicada,
es el único tema romántico que podría competir en ternura con las historias de
amor truncado tan presentes en sus trabajos más inmediatos, en la línea del
memorable Shooting Star. "It's soon after midnight / and I don't want
nobody but you [Es más allá de la medianoche / y no quiero a nadie más que a
ti]". Son prácticamente las únicas líneas de candor amoroso que se permite
en un állbum donde narra con tintes épicos y cadencias irlandesas el
hundimiento del Titanic (Tempest), acaso su verdadera tempestad, el relato de
un mundo que se hunde "in the deep blue sea" (versos de Shakespeare),
hibridando la historia real con el romance de amor eterno y el espectáculo de
James Cameron.
Regresa en Tempest el fervor del gran contador de historias
que siempre ha sido Dylan. Las canciones convocan un mundo habitado por
políticos corruptos, prostitutas y drogadictos, señoras y esclavos, nobles y
pendencieros, asesinos y amigos traicioneros, relatos de pasión y perfectos
objetos de deseo. A relatos épicos como el de Tempest, de 14 minutos de
duración (un tema colocado como si fuera el iceberg del disco), con toda su
prosa torrencial y astutamente rimada, se suman los cuentos no menos titánicos
de Scarlet Town y Tin Angel, grandes, poéticas epopeyas de lugares y hombres
'bigger than life', leyendas orales que combinan realidad y fabulación, y que
nos devuelven al mejor contador de historias de la música americana, con su
perfecta caracterización de personajes, sus incontables tramas y acerados
diálogos. Narraciones dramáticas que no quedan lejos de excelentes épicas como
Joey, Highlands o Red River Shore.
El espectro de Lanois está bien presente en estos temas, si
bien la capa de solemnidad, el aroma de elegante distinción del nuevo repertorio,
no puede acallar cierto espíritu pop, una levedad vigorosa y una perpetua
sonrisa sumergida en cada canción. No son gratuitas las explícitas referencias
a los Beatles, en convivencia con esa moderada energía rock que no desaparece
del álbum, tan sólida en Narrow Way y en Early Roman Kings, donde establece
paralelismos entre los reyes romanos y los poderosos de hoy, donde las
guitarras vibran y la voz de Dylan se agita con la gracia y firmeza de un blues
cantado por Muddy Waters o el rugido de Howlin' Wolf.
La tensión, la verdad de sus letras, poemas rumiados como si
fueran conversaciones mundanas, son ya una garantía en los temas del bardo de
Minessotta. Su música es su mejor autorretrato. La ambigüedad de su espíritu en
tiempos tan inciertos parece bastante alejada del extraño optimismo,
probablemente irónico, con el que dio la bienvenida al presidente Obama en
2008, en un concierto en su tierra natal. Se dirigió al público y dijo:
"Nací el año año en que Pearl Harbour fue bombardeada y he vivido en un
mundo oscuro desde entonces. Parece
que ahora las cosas van a cambiar". Canta en Pay in Blood, una de las
canciones más intensas del álbum: "How I made it back home / nobody knows
/ How I had to survive / so many blows / I've been to hell / What could have
you do? / You bastard / Am I suppose to respect you? [¿Cómo regresé a
casa? / Nadie lo sabe / ¿Cómo tuve que sobrevivir / a tantos golpes?/ He estado
en el infierno / ¿Qué podrías haber hecho? / Bastardo, ¿se supone que debo
respetarte?]".
Siempre encontramos algunas claves del Dylan de su tiempo en
cada uno de sus álbumes, esta vez desparramados como cuentos y señales. Incluso
en su álbum anterior, el disco navideño Christmas in the Heart (2009), era
posible bucear en el estado del alma del joven anciano que es Dylan. No están
ausentes tampoco los rasgos de genialidad del poeta que nos soprende con versos
irrepetibles, enormemente evocadores - "I've paid in blood / but not my
own" [He pagado con sangre / pero no con la mía]"-, si bien es el
Dylan-intérprete el que nos hace comprender una vez más que es inseparable del
Dylan-autor, que en el valor artístico de cada tema tiene tanto peso el cómo se
canta (el modo en que Dylan lo hace) como el qué se canta.
Este dependencia autor-intérprete es más manifiesta en unos
temas que en otros, obviamente. Y desde luego lo es, acaso más que en cualquier
otro de los temas incluido en Tempest, en la despedida del álbum, una suerte de
oración a la memoria -la luz- de John Lennon que nos conmueve como lo hace
porque es Bob Dylan -su querido amigo- quien lo canta, y por supuesto por el
modo en que su voz se deshace, se agrieta, se empapa de afecto. Roll on, John
arranca suavemente con una cadencia de guitarra prácticamente exacta a la de
Forever Young, para transformarse luego en el más hermoso y conmovedor
epitafio, la carta de amor de Bob Dylan a John Lennon, con quien hoy
compartiría la misma edad y acaso se sentiría menos solo: "Shine your
light / Move it on / You burn so bright / Roll on, John [Alumbra tu luz / sigue
moviéndote / brillas con tanta fuerza / Roll on, John]. Roll on, Bob, a través
de las tempestades.
Fuente: www.elcultural.es